Liberalismo y Democracia

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Algunos podrán contraargumentar que la democracia decimonónica se parece poco o nada a la democracia actual.

En otra columna de opinión propuse que, al menos durante la primera mitad del siglo XIX, las tradiciones liberal y republicana en Chile compartían muchos más elementos de los que algunos filósofos políticos e historiadores han manifestado en trabajos recientes. Así lo comprueba la idea liberal de que cualquier tipo de tiranía debía ser combatida cuestión compartida por aquellos que abogaban por la implementación de una república. Por su parte, la preferencia republicana de dar al Estado la responsabilidad de educar a los nuevos ciudadanos era compartida por connotados liberales como Francisco Antonio Pinto o José Joaquín de Mora.

Otra coincidencia entre ambas tradiciones es que, al menos en un comienzo ninguno de sus exponentes pensaba que la democracia era un sistema de gobierno deseable, no al menos en la forma que ella había adoptado durante la Revolución Francesa. En las primeras décadas de vida independiente la palabra “democracia” aparece muy tangencialmente en las fuentes primarias, y, cuando lo hace, es más bien de forma peyorativa. La democracia era asociada tanto a la “anarquía” política de los revolucionarios franceses como a la concepción de que las mayorías podían, por el sólo hecho de ser mayorías, ejercer un control absoluto sobre la toma de decisiones.

Ahora bien, que los liberales (y los republicanos) de la primera mitad del siglo XIX no se hayan mostrado a favor de la democracia no quiere decir que ésta se haya construido en contraposición al liberalismo. Por el contrario, la democracia en Chile se ancló en principios liberales aparecidos durante la década de 1820, como la separación de los poderes la igualdad ante la ley, la libertad de prensa, la defensa de los derechos individuales y la constitucionalización del poder. En términos comparativos, esto manifiesta una diferencia importante con otros países del continente, como Colombia, Perú y Cuba, donde la pervivencia de la esclavitud a lo largo del siglo XIX atrasó la liberalización del sistema político y la introducción de una ciudadanía electoral.

Algunos podrán contraargumentar que la democracia decimonónica se parece poco o nada a la democracia actual. La pregunta es, sin embargo, si dicha aprensión es verdaderamente funcional para lograr una comprensión cabal de la historia de la democracia. A mi manera de ver más importante e interesante que achacar una responsabilidad anacrónica a los liberales del siglo XIX es dotar de historicidad a sus prácticas e ideas para desde ahí, conocer más sobre los orígenes de un tipo de gobierno que, con altos y bajos, nos rige hasta el día de hoy. Convendrá, pues, conocer los pilares liberales de la democracia representativa si el objetivo es dar cuenta del tránsito desde la antigua “república de los mejores” a una sociedad compleja y heterogénea.