Desmontaje semiótico de “Súper Bigote”: las 5 variantes de su propaganda

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El corto “Super Bigote” se estrenó en VTV, después de las elecciones, para colmo de males en un país intoxicado por las variantes de la propaganda roja. Como corto animado, vuela bastante bajo y carece de la menor originalidad expresiva. Ya veremos por qué.

Sin embargo, causa un impacto desmedido en una Venezuela de casas muertas y analfabetas mediáticos, capaces de manipular con cualquier campaña de diseño comunista.

De hecho, en un mes de recuperación para la industria del cine nacional independiente, la conversación de las redes se secuestra por el influjo viral de un típico spot cubano contra el imperio.

De las perniciosas intenciones detrás de semejante estrategia de comunicación, hablará el siguiente artículo, retomando la metodología semiótica de autores como Umberto Eco en “Apocalípticos e integrados”, donde abundan recursos y armas para inmunizarse ante la llegada del último Ómicron del chavismo audiovisual, llamado “Súper Bigote”.

1)Responde a una factura inspirada en los lavados de cerebro de Fidel.

Juan Padrón fue el animador favorito de los Castro, elevado a los altares por la izquierda exquisita y de salón del globo estancado. A él se les atribuyen diversos títulos, entre los cuales cabe mecionar uno en específico: “Vampiros en la Habana”, un largometraje prototípico de las narrativas y formas instaladas en el ICAIC de Cuba. “Súper Bigote” es una reducción menor de aquella estética, mil veces condenada por su contenido binario y alienante, para sesgar la opinión de los niños del estado. Desde el poder, Cuba es un país de niños, controlados por los mismos boomers, quienes fabrican juguetes ópticos, como “Vampiros en la Habana”, con el propósito de adoctrinar e imponer relatos en blanco y negro, desviando la atención de los verdaderos problemas. En tal sentido, “Súper Bigote” calca al carbón el modelo animado de Juan Padrón, en cuanto a empaque y argumentación, a efecto de volver a contar la historia bélica de defensa, según la cual “los yanquis nos odian con el apoyo de una oposición apátrida, justificando la intervención del gran timonel, quien en conjunto con la base comunal, logrará salvarnos de los planes orquestados por la Casa Blanca”. Parece una cuestión conspirativa de otra época, como de “Teléfono Rojo” de Kubrick. Pero lo peor es que así estamos en Venezuela, siendo incoados por unos manuales, de operación psicológica, de una era superada. Lo único que ha cambiado, quizás, es la plataforma de difusión del mensaje. De modo que las redes diseminan un video de apenas un minuto, que deviene en trending topic. Nada casual. Todo responde a un plan de infiltración a través de boots.

2) Cómo funciona la infiltración.    

Antes de explicarlo, les cuento una segunda historia. El chavismo lleva años procurando conquistar el medio cinematográfico. No lo ha logrado del todo, porque tenemos unos gremios, unos productores, unos creadores y unos críticos que ofrecen una de las resistencias más dignas y menos reconocidas del país. Si sumamos a los espectadores en el cuadro, por tal motivo las pretensiones del chavismo han fracasado en el cine. El asunto delicado es que tienen plata y poder, ejerciéndolo groseramente, al punto de vaciar al CNAC, de amordazar a parte del gremio y de chantajearnos con producciones adictas al progresismo de la mentada revolución cultural. Por ello, crearon La Villa del Cine y el Centro de Animación Nacional, presidido por Armando Arce. Al respecto, llevan dos películas animadas a cuestas, “Misión H20” y “Kaporito”, en coproducción con China y Cuba, y gracias al apoyo de los estudios de animación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográfica (Icaic). “Misión H20” comparte lugares comunes, tropos y clichés con “Súper Bigote”. Así que no se trata de un caso aislado. Es equivalente al negocio de un contratista, que no rinde cuentas a nadie, beneficiado por una partida secreta e inauditable, bajo la sombra del partido único. Una caja negra del cine. Por eso nadie firma la autoría mercenaria de “Súper Bigote”. Los peces gordos se reparten la torta, se pagan y dan los vueltos del pequeño bodegón con tufillo de caricatura en periodiquito subsidiado que no leen ni los colectivos. Es como su papel toilet.

3) Hablemos de las técnicas de manipulación.

En cuanto a técnicas de animación, perfilamos que se emplea la vieja artimaña chavista de saquear un género popular, como el cómic de súper héroes, para sobreponerle una dramaturga marxista. Esto cuenta con los antecedentes de la animación soviética y del cine nazi, empecinados en responderle a occidente y el mundo libre con sus propias metodologías artísticas. “Súper Bigote” se inscribe en una larga y cancelada tradición del antidisney en las trincheras, durante la segunda guerra mundial. El capitalismo se enfrentó al comunismo en el terreno de la animación, a lo largo del siglo XX. Obviamente, salió vencedor Hollywood y con creces. Pero las réplicas siguieron experimentándose en tercer mundo, tomando las investigaciones de Armand Mattelart en “Para Leer al pato Donald”, luego satirizadas en “El Manual del Idiota Latinoamericano”. El punto es que se aplicó lo que se conoce como Jiu-jitsu mediático, desde la periferia comunista, buscando derribar al enemigo, explotando su fuerza de envío. En consecuencia, “Súper Bigote” expropia la estética de “La Liga de la Justicia” y el hombre de acero de la DC Cómics, instrumentado el fanatismo hacia el personaje estadounidense. Todo es idéntico salvo pequeños detalles como el mostacho, que es herencia del octubrismo de Lenin, como el culto de la personalidad, que es trauma ruso por culpa de Stalin y Putin, como el amenazante puño de hierro, que fue el código de censura que aniquiló a la vanguardia soviética. Encima lleva el casco, que es símbolo del presidente obrero, que hoy cena en Salt Bae. Una impostura completa. Lástima que cueste tan caro.

4) La simpleza de su arco dramático.

“Súper Bigote” articula una serie de mitos y estereotipos, a cual más de trazo grueso. Vemos la deshumanización de la oposición, entre chistes homofóbicos y bocetos de animales antropomórficos. El meme, de una oposición animalizada, anticipo exterminios y torturas en dictaduras y conflictos étnicos del pasado reciente, como en Ruanda. En las caricaturas de la Alemania nazi, los Judios también sufrieron el agravio de ser cosificados como bestias o especies inferiores, que posteriormente recibirían el castigo de los campos de concentración y la muerte en los hornos crematorios. El poder no se mide, se ríe del dolor de los demás, subestima a la disidencia y nos enmarca en el frame del eterno grupo contrarevolucionario, que no pasa de los complots fallidos, desactivados por las oportunas intercesiones del santo “Súper Bigote”, un big brother que enfrenta al villano de Trump, restaurándole el servicio eléctrico que quiso derribar el imperio con un dron. Algo que resulta absurdo, una comiquita, pero que realmente traduce la narrativa de un poder sin freno, con altísimos impactos en la vida de gente inocente, como el caso de Luis Carlos Díaz y otros periodistas que hoy pagan penas injustas, a causa de acusaciones sin fundamento, como las que ventila “Súper Bigote”. De  ahí que rime y compagine con las cadenas de Jorge Rodríguez al mediodía, cuando emprende cacerías de brujas contra políticos como Juan Requesens.

5) No hay que tomárselo a juego.

“Súper Bigote” no es un simulacro, un trabajo gratuito, un concepto improvisado. Representa y sintetiza la auténtica ideología del poder rojo: una purga sectaria basada en lecturas de oído, de tebeo, de los manuales de persuasión socialistas. Aparentan ser inofensivos como los libros de comiquitas leftys de Rius. Como notamos, su interés es ampliar la grieta y la polarización, desestimando cualquier alternativa al plan de la patria.

La comiquita expresa el exceso del presidencialismo en la actualidad, centralizando en Miraflores la toma de decisiones en salud, administración y defensa. No se admiten secundarios o multiversos en la glorificación chavista de Nicolás. Un proyecto que avanza sin interrupciones en el país.

Los políticos tendrán que organizarse para descubrir la kryptonita que funcione en “Súper Bigote”. De seguro, no es suficiente con elecciones y voluntarismo, con optimismo forzado y colaboración, con fingir demencia y pensar que Venezuela se arregló.

Mi apuesta está, dentro del mundo de la animación, en los que señalan las cosas por su nombre, denuncian y proponen acciones creativas. Es el caso de Cam DeFu con sus videos, de Rayma con sus caricaturas, de Roberto Weill con su dibujos y documentales como “La República que Tortura”, del Chiguire Bipolar y el Politigato, de Susan Aplewhite y sus intervenciones de calle, del riesgo que adoptan los artistas plásticos del país. Son ellos los que merecen el foco. No “Súper Bigote”.

Por Observador Latino

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